martes, 20 de diciembre de 2022

Mi cuento de navidad

 Cuando abuela se fue, no me lo creía. Pensaba que abuela nunca podría irse y mucho menos así, tan de repente. Fue más adelante, mucho más adelante, cuando tuve que admitir que ella se había ido. 

Mucho tiempo después, y con el dolor todavía dentro, imagínate, quise buscar la forma de tenerla conmigo. Físicamente. Sí, en vivo. Porque la necesitaba. 

Una mañana, una mañana de un sol como abuela de grande, un rayito de sol asomaba por un filo de mi ventana, me pedía paso. Levanté la persiana, abrí la ventana y entró un gran rayo de luz que iluminó mi habitación de arriba abajo. Y ahí estaba abuela subida en él, como queriendo darme una sorpresa, me abrazó llena de alegría y me dijo: aquí me tienes, solo tienes que pedirlo y vendré a visitarte. 

Aquella mañana  deduje que en realidad abuela no se había ido, simplemente había terminado su misión aquí. Y desde entonces hablo con ella como si no se hubiera ido. 

Así de esta forma, abuela, y ahora con la tita Rosarito, las dos juntitas, entran en mi habitación cada mañana soleada para hacerme compañía. Ayer mismo me contaron que hasta que no se reúnan con nosotros de nuevo, pero allá arriba, no le llamarán para una nueva misión en otros mundos lejanos a este, y mientras, podrán descansar y jugar de la forma que quieran.

Abuela me dice que le gusta acomodar las estrellas todas las noches mientras dormimos para que podamos soñar tranquilos y la tita le gusta amontonar las nubes en un rinconcito para poder vernos y... vigilarnos. 

Ellas se dan un paseo por el firmamento, se bañan en los lagos y atraviesan montañas de planetas antes de llegar hasta el sol para pedirle un rayito de luz para cruzar mi ventana y hacerme un poco de compañía. La tita Rosarito dice que eso de viajar en un rayito de luz requiere un poquito de "práctica", pero va aprendiendo. 

Cuando terminan, abuela y la tita Rosarito se visten en brisa para abrazarme y después se van volando por las nubes hasta otro ratito o la mañana siguiente. 

Y así es como hablo con abuela, y ahora también con la tita Rosarito; subiendo mi persiana y abriendo mi ventana por las mañanas para que ellas me visiten en un rayito de sol. 

El secreto de todo esto es ver con sensibilidad, sentir con sensibilidad, como uno mismo solo sabe. No es magia, es el corazón quien ve y habla.